Sísifo anémico

El colmillo de la esfinge. 

POR José Covo

Agosto 11 2022
Sísifo anémico

 

Ese temita de los símbolos… como el abecedario de la experiencia... que si eres virgen como María, que si ciega como la Justicia... y nosotros aquí debajo de todo ese conjunto de imágenes y nombres... intentando justificar nuestra existencia, en últimas, insignificante, con recurso a esas cosas que nos parecen tan grandes que son simplemente verdaderas por su tamaño.

            Me recuerda una vez que, como a las 4 de la mañana, terminando mi segunda o tercera bolsa de coca, solo en mi apartamento de Cartagena, tuve la idea de tramitar un poquito con la simbología... Agarré una lata de aerosol negro, de las que usaba para pintar y, a veces, para inhalar... salí a la vuelta de la cuadra, donde había y hay todavía una iglesia cristiana... y les pinté una cruz invertida, bien negra, sobre la cartelera iluminada que anunciaba la salvación de todos nosotros... Que vengan a orar, a redimirse de sus malos pasos... ¡Cómo nos gusta arrepentirnos! ¡Qué satisfacción! Sentirse Perdonado... por el grande, el que no tiene a nadie arriba... El Jefe de Jefes, el CEO de la existencia... ¡Él mismo nos da el perdón! ¡Podemos conservar nuestro trabajito haciendo lo que sea que hagamos aquí en el mundo! Nuestra vida insignificante, como la de los animales, se vuelve avalada por la máxima autoridad... Y ese es el milagro... ¡Paramos de ser animales! ¡Somos importantes! ¡Hijos del Jefe de todo esto! Pero para eso primero hay que arrepentirse...

            Y la literatura... ¡Puros símbolos! Que si heroico como Ulises... que si culpable como todos los de Kafka... Hay que preguntarse, para entender bien lo que está en juego... ¿cómo sería la vida sin esos símbolos? ¿Si fuéramos simplemente nosotros mismos, únicos en nuestras individualidades...? ¿Cómo hablaríamos? ¿Qué cosas podríamos decirnos que no nos podemos decir ahora? Este es un caso hipotético claramente imposible... sin símbolos no podríamos vivir, por lo menos no como humanos... El símbolo y el humano hacen una simbiosis espiritual... y eso es así desde que miramos hacia arriba y algún chamán dijo: “Cielo”.

            Entonces las historias, todas, hacen ese trabajo de ponernos el techo de la experiencia... de la vida. Los chistes, la música... el cuento de lo que pasó el fin de semana... ¡Símbolos! Cada historia es, aunque no nos demos cuenta, un ejemplo de cómo deberían ser las historias...

            El escritor y todos los que echamos cuentos o chistes hacemos ese trabajo... nos lo repartimos... ¡el trabajo de sostener el mundo! De que las cosas sigan siendo lo que son... ¡No es poca cosa! Y nos reímos de eso que nos cuenta el amigo, y en la risa está la confirmación de que sí, el mundo existe... Nuestra vida significa algo... ¡Estamos perdonados! ¡Por los símbolos! Que son como dioses, cada uno... Cada símbolo perdona la individualidad irreductible de ser animales... ¡Nos redimen! ¡De ser materia! ¡De no significar nada! Pero primero hay que arrepentirse... ¿De qué? De ser libres, digámoslo de una vez... La libertad es el pecado original.

            Pero... de todas formas, el símbolo nunca llega a ser el mundo... Lo que existe por debajo de las historias siempre se queda corto... ¡La vida no es una historia! Aunque no exista otra manera de concebirla... Ese es el trabajo arduo de ser humanos... empujar hacia arriba la piedra del sentido... ¡Sin que llegue nunca a ningún lugar! Entonces... ¿es que la piedra es demasiado grande, o nosotros demasiado débiles...? ¡Ninguna de las dos! Lo que pasa es que nunca empujamos la piedra, siempre la idea de la piedra... Y en ese empujar empujamos también la idea de nosotros mismos... ¡Anémicos! ¡Anémica la vida! ¡El universo! Así que mejor inventarse a un fisiculturista espiritual... ¡El que sí lleva a las cosas hasta su destino! ¡Empuja! ¡La idea! ¡Y la cosa! Y que venga y nos perdone nuestra falta de hierro en la sangre... Por eso pinté esa cruz... que, aunque invertida, es cruz sin embargo... Otra manera de seguir creyendo... De Orar, así sea una oración cínica... Y en eso estamos, aquí en el mundo... Encontrando maneras de obtener el perdón... Y no sé, la verdad, si sea mejor vivir con la culpa de no ser o con el perdón, delirante pero natural, de ser completamente lo que somos.

ACERCA DEL AUTOR


José Covo

Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.